El regimen del terror: de Maximilien Robespierre a Nicolás Maduro


El régimen del terror: de Maximilien Robespierre a Nicolás Maduro

            En 1789 estalló la Revolución Francesa, la cual dio paso a una inmensa sacudida tanto para las monarquías europeas, así como para todos aquellos que guardaban esperanzas de conseguir liberarse de la tiranía absolutista que esa forma de gobierno representaba.
            Entre la animosidad e incertidumbre propias de un acontecimiento de tal magnitud, el entonces rey Luis XVI se encontraba a “resguardo” en París. Por otra parte, Francia se encontraba amenazada de invasiones extranjeras, las cuales tenían un único objetivo, el de devolver la monarquía al poder. Es el caso que tan escalofriante escenario Luis XVI huye infructuosamente la tarde del 20 de junio de 1791.
            De entre la confusión, miedo y sospecha de que el rey planeaba reorganizarse para derrocar el nuevo régimen, se inicia un debate sobre sí era conveniente o no pasar por la guillotina a Luis XVI. Los girondinos se oponen, por temor a exacerbar las presiones extranjeras, los jacobinos –  o montañeses –  dirigidos por Robespierre claman por ver rodar la cabeza del rey.  Como ya es más que sabido, el rey es ejecutado junto a su familia.
            Luego de tan lamentable hecho, los montañeses inician una ardua campaña contra los girondinos, alegando que estos eran incapaces de dirigir la guerra extranjera. Ello desemboca en un golpe de estado, y la instauración del régimen del terror (1793), donde se promulgaron cosas  –por no llamarlas leyes– atroces, como la “ley” de sospechosos, de la cual el propio Francisco de Miranda fue víctima, y de los pocos afortunados que vivó para contarlo[1].
            Es el caso, que en 1794 el pueblo francés estaba harto de la situación, ya que todos eran sospechosos, Robespierre había ordenado crear comités de vigilancia para acusar a todo sospechoso, en este punto había guillotinado a una cantidad absurda de personas culpables e inocentes, la “ley” servía para todo supuesto de hecho, una aberración a la cual el Generalisimo dedicó unas líneas cuando padecía sus horrores:  
Es curioso el ver las diferentes y contradictorias acepciones que, con respecto a mí, se ha dado a esta palabra, sospechoso. Desde luego, y por tener un pretexto aparente de persecución, fui sospechoso de complicidad con Dumoriez. En seguida, y cuando se comprobó que lejos de ser su cómplice, era su víctima, me hice sospechoso de ser republicano, pero no revolucionario. Poco después fui sospechoso de federalismo, y ahora, cuando ya no pude servir esta denominación de pretexto a la opresión, soy sospechoso de capetismo.[2]
            En ese estado de cosas, los jacobinos necesitaban legitimar sus tropelías, se les ocurrió una idea esplendida, convocar una asamblea constituyente, con amplios poderes, pero que sería sometida a aprobación popular una vez se recuperase la paz, esto nunca sucedió, por lo que el proyecto de Constitución nunca salió del sarcófago, como llamaban el lugar donde estaba guardada.
            Hoy 223 años después, las calamidades de tan despreciable hecho histórico parecen salir de ese sarcófago deleznable de la historia, en este momento tenemos una autodenominada Asamblea Nacional Constituyente, escogida por una camarilla de sátrapas, carente de legitimidad, que por actos de fuerza pretende hacer cualquier cosa menos un proyecto de constitución, y lo más curioso, se ha “solicitado”, o más bien ordenado, crear una ley “constitucional” contra los delitos de odio. Pueden imaginarse ya en este punto el contenido de la futura cosa de delitos de odio, así como las consideraciones del venezolano universal al respecto.
            Retomando la historia francesa, el sátrapa Robespierre, luego de guillotinar a todo sospechoso bajo la “legalidad”, irónicamente resultó inmerso en uno de sus supuestos de hecho (o lo acomodaron), acusado de sospecha terminó bajo el filo de su creación, la cual por última vez hizo justicia y acabó con el terror y su régimen. Sólo en este momento, puedo pensar en el dicho popular que dice: nadie aprende por cabeza ajena.




[1] Para ver más sobre este tema: Miranda más liberal que libertador, de Xavier Reyes Matheus. Libors el Nacional.
[2] Cita tomada del libro Miranda más liberal que libertador.

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